-En
un álbum, ponía “Verano 2012”. –respondió encendiendo la televisión. Sonreí al
recordarlo todo. Aquel verano fue especial, fue increíble. Probablemente, el
mejor de mi vida.
Dejé
a Michael en el salón y subí corriendo a la buhardilla. Abrí el gran baúl de
madera tallada que compramos en Sud África durante nuestro décimo aniversario y
saqué todos los álbumes de fotos que tenía. Exactamente 37, uno por cada año
que había vivido. Los 17 primeros estaban llenos de fotos y recortes de mi
infancia y adolescencia. Los últimos 20, estaban repletos de recuerdos con las cuatro
personas que más quería en el mundo. Cogí el primero y empecé a verlo. Pasando
cada página, observando cada fotografía con detenimiento y sonriendo al
recordar los momentos más especiales de mi vida. Mi vida entera estaba resumida
en esos libros. Todos los cumpleaños, las Navidades, los viajes, la
universidad…TODO. Y me encantaba recordarlo todo. Me sentía orgullosa de la
vida que tenía. Nunca me imaginé las cosas que el futuro me tenía preparado.
Nunca pensé que me casaría con Will, ni que viviría en una preciosa casa en Barcelona, ni que tendría tres hijos, ni
siquiera pensé que llegaría a trabajar en un laboratorio pero así era perfecta
y no cambiaría nada de ella.
-Mami,
¿qué haces? –apareció Gabrielle asomándose por la puerta. Mi niña.
-Viendo
unas fotografías. –le sonreí.
-¿Puedo
verlas? –preguntó con la habitual inocencia de una niña de 6 años.
-Claro,
ven aquí.
Corrió
hacia mí y se sentó en mi regazo.
-¿Quiénes
son estos de aquí?
-¿No
los reconoces? Son el tito Lucas y papá. –dije dándole un besito en el pelo.
–Es el día que nos conocimos papá y yo, ¿no te lo había dicho nunca?
-¿Así?
Qué raro está el tito Lucas. –rió mi hija. -En ésta estáis muy guapos. ¿Quién
es esta chica rubia?
-Es
Noah, fue la novia de Lucas durante unos años.
Fue
nuestra primera foto. En aquel parque de Chinatown.
Y así pasamos toda la mañana, hurgando en los recuerdos.
-¿Dónde
están mis chicas favoritas?
-¡Aquí!
–gritó Gabrielle corriendo a los brazos de su padres. Me levanté dejando los
álbumes en su sitio con cuidado y me acerqué a ellos.
-Hola
cariño, ¿mucho trabajo hoy en los juzgados? –le di un beso en los labios.
-Lo
normal aunque demasiado para ser Nochebuena. –suspiró Will.
Bajamos
al salón, donde se encontraban Michael y Taylor viendo la televisión, y nos
pusimos a hacer la comida.
-¿Quién
viene al final esta noche? –preguntó Will cortando las patatas para la verdura.
-Vienen
Lucas y Helena con Bruno, Dani y Chiara con Paulette. –expliqué. –Eso me
recuerda que tengo que ir a comprar el pavo y un par de regalos más para los
niños y tú tienes que llevar a los chicos a béisbol.
-Está
bien, ¿Y Gabrielle?
-Tiene
ballet esta tarde, yo la llevo de camino. Bueno, esto está listo. ¡Chicos a
comer! –dije probando la comida.
Comimos
los cinco en familia, con las tonterías de los niños en la mesa era imposible
no reírse. Eran la alegría de la casa.
Cogí
el coche y llevé a mi hija a su clase de ballet.
-Mami,
no quiero ir hoy, estoy cansada.
-¿De
verdad que estás cansada y no es otra cosa? –sabía perfectamente cuando me
mentía y ésta era una de esas veces.
-Es
que hay una loca que me tira todos los días de la coleta y me muerde el brazo
cuando la profesora no mira. Es una pesada. –dijo mirándome triste en la puerta
de la academia de danza.
-¡Gabrielle!
No hables así de la gente. Dile que te molesta y ya verás que parará de hacerte
eso. –le di su mochila de danza. –Además, te prometo que cuando salgas te llevo
a patinar, ¿vale?
-Vale
pero sólo voy porque quiero ser la más mejor bailarina del mundo entero. –me
reía tanto a veces con sus ocurrencias.
-Cariño,
se dice “la mejor bailarina del mundo”, no “la más mejor”, ¿de acuerdo?
-Sí,
mamá. Hasta luego.
-Hasta
luego princesita. –le abracé.
Compré
varias cosas para la cena y un par de regalos más para Michael, Taylor y
Gabrielle en el Toy’s R Us. Recogí a
Gabrielle de sus clases y llevé al sitio prometido. Había quedado allí con Will
y los niños. Pasamos unas horas patinando en la pista de patinaje hasta que
decidimos volver a casa para hacer la cena. Al llegar, me asusté al ver a Lucas
en mi sofá. Siempre olvido que tiene llaves de casa.
-¡Tito
Lucas! –gritaron los niños abalanzándose sobre mi hermano.
-¿Qué
haces aquí tan pronto? -pregunté acercándome a mi hermano y abrazándole.
-Pasaba
para darle el sobre del viaje a Will. –respondió Lucas dándole un sobre marrón
de cierta medida.
-¿Sobre?
¿Viaje? Chicos, ¿de qué habláis? –dije alterada mirándoles sin entender nada.
Se dirigieron miradas nerviosas pero no dijeron palabra. –Repito, ¿qué viaje?
¿De qué estáis hablando?
-Tío,
Will, ¿no se lo has dicho?
-Sh,
calla, era una sorpresa. –dijo Will dirigiéndole una mirada asesina.
-¡CHICOS!
–grité a pleno pulmón. Estas conversaciones me recordaban a cuando éramos unos adolescentes.
–Will, explícamelo.
-Era
una sorpresa, Juls, bueno ya sabes que es un viaje.
-¿Adónde?
–pregunté intrigada. Notaba como me brillaban los ojos. –Dímelo, venga, dímelo.
-No,
no, no. Por ahí ya no paso. Mañana lo sabrás, pequeña. –sonrió estrechándome
entre sus brazos.
La
verdad es que me hizo muchísima ilusión. Viajar era una de las cosas que más me
gustaban en la vida. Me encantaba coger un avión y perder de vista la rutina,
fuera donde fuera. Era una buena sensación, una sensación de libertad absoluta.
Hacia las 8 o así fueron llegando los demás así que nos sentamos en la mesa del
comedor a cenar.
-Un
brindis por la Navidad. –rió Dani alzando su copa de champán. Iba un poco
bebido. –Feliz Navidad a todos y que vuestros sueños se cumplan siempre.
-Por
todos estos años. –dijo Will también elevando su copa.
-Y
por los que nos quedan. –añadió Lucas sonriendo ampliamente.
-¡Feliz
Navidad! –exclamamos las tres con nuestras copas.
Brindamos,
contamos anécdotas y chistes, bebimos, reímos. Toda la noche. Éramos los seis
una familia.
-Lucas,
ya va siendo hora de irse, ¿no crees? –dijo Helena levantándose.
-Sí,
nosotros también nos vamos. –expresó Chiara. –Hemos quedado para comer con mi
suegra mañana.
Se
levantaron los tres. Nos despedimos de ellos y les acompañamos a la puerta.
-Qué
tengáis un buen viaje, preciosa. –sonrió Chiara. –Ya nos llamarás.
-Sí,
me muero de ganas de saber adónde vamos. –respondí con nervios. –Dale recuerdos
a tus padres de mi parte, Chiara.
-¡Hasta
otra chicos! –gritó Dani.
Se
fueron los cuatro y Will y yo nos dispusimos a recoger la mesa y la cocina.
-Voy
a por los regalos. –susurró Will.
-Espera
cielo, los niños están en el salón.
Se
habían quedado dormidos en el sofá los tres, eran adorables. Los cogimos en
brazos y los acostamos en sus respectivas camas. Dejamos los regalos bajo el
árbol y subimos a acostarnos.
-¿Qué
hay de las maletas? –pregunté desde el baño de nuestro dormitorio lavándome los
dientes.
-Me
he ocupado de hacerlas antes, no te preocupes. –dijo acariciándome las
mejillas. Le besé y me metí en la cama.
-Buenas
noches, Will. –dije tapándome con el edredón. Se metió en la cama, me rodeó con
sus musculosos brazos y apoyé mi cabeza en su pecho.
-Buenas
noches, Juls. Te quiero preciosa. –me besó en el pelo.
-Te
quiero.
Y
así nos dormimos. Abrazados como cada noche en estos veinte años.
Desperté
por los gritos de los niños. Los encontré en el salón junto a Will abriendo los
regalos.
-¡Mamá,
mamá! Mira que me ha traído Santa Claus. –gritó Taylor enseñándome el juego de
magia que yo misma le había comprado.
-¡Guau,
qué chulo! –exclamé.
-Buenos
días, cariño. –me besó.
-Buenos
días cielo.
Abrimos
los regalos mientras desayunábamos. Debíamos darnos prisa; el avión saldría en
unas horas. Subí a mi habitación, me duché y me vestí. Me puse unos tejanos, mi
jersey verde de lana y mis zapatos beige. Me sequé el pelo con el secador
produciendo mis típicas ondas en las puntas. Ayudé a mis hijos a vestirse y a
peinarse. Cogimos las maletas y bajamos a la calle donde nos esperaba un taxi
que nos llevaría al aeropuerto. Senté a Gabrielle en mi regazo durante el trayecto
en taxi. Observé mi ciudad fijándome en calle, cada persona y cada coche que
veía, las flores en los balcones… Me encantaba mi ciudad pero no la echaría de
menos.
Mis
pensamientos se disiparon al llegar a la terminal del aeropuerto del Prat.
Facturamos las maletas y pasamos el control de seguridad. Will todavía no
quería que supiera adónde íbamos, me carcomían los nervios. Nos sentamos a
esperar en unas butacas enfrente del mostrador. Entramos en el avión y nos
sentamos en nuestros asientos. Era un avión grande, con muchas butacas y
pantallas de televisión en el respaldo. Era un transoceánico. Tenía pinta de
ser un viaje largo.
El
avión despegó y las horas pasaron sin que yo me atreviera a mirar el reloj.
Calculé unas seis o siete horas. Al llegar al aeropuerto, Will me tapaba los
ojos para que no pudiera ver donde nos encontrábamos, y después de pasar unos
controles cogimos un taxi que nos condujo hasta el lugar que Will le indicó.
-¿Piensas
sacarme esta maldita venda de los ojos de una maldita vez? –suspiré.
-Taxi,
pare aquí un momento. –dijo Will en su perfecto inglés californiano. Me ayudó a
salir del taxi y noté un fuerte viento golpeándome el cuerpo. Me condujo hasta
una especie de barra y posó mis manos con delicadeza, estaba congelada. Me sacó
la venda de los ojos. –Ya puedes abrirlos.
Abrí
mis ojos con cuidado y noté un gran escalofrío recorriendo mi cuerpo. Una
lágrima recorrió instantáneamente mi mejilla derecha.
-Dios
mío William, te amo. –sonreí y le besé como nunca antes.
-Y
yo cariño, y yo.
Los
niños salieron del taxi también y empezaron a saltar y a chillar al ver donde
estaban mientras Will intentaba calmarlos. Lágrimas seguían cayendo mientras
observaba emocionada mi lugar favorito en este mundo.
-¡Júlia,
vamos! Entra al taxi, debemos ir a casa. –gritó Will desde el taxi.
-¡Ya
voy! –grité girándome. Miré de nuevo al mar, al puente y a los edificios que en
ese momento me rodeaban recordando todos los momentos vividos en aquella ciudad.
–Te echado mucho de menos, Nueva York. Muchísimo. –susurré llorando de
felicidad.
Hola a todos. Bueno, ya sé que he tardado un mes en escribir esto así que perdonadme. Muchas gracias a todas por haberlo leído. Ahora sí, adiós.
Os quiero mucho,
Emma xxx